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8-Explosión

9:00 de la mañana

Marchándose de la bóveda, con aquella piedra preciosa en su mano por la que ha venido, el Cuervo Eléctrico piensa en volver a salir en busca de la joven que andaba siguiendo hace unos momentos, sin mostrarse tan preocupado porque aquella mujer policía vuelva a encontrarlo. Cree que ya le perdió el rastro al apartarse momentáneamente de Syrinne, por quien se muestra particularmente interesado.
No se trata de su belleza natural, que Syrinne intenta esconder. Se trata de la forma de su rostro, lo que llama la atención del individuo. Su cabello, quizás su flequillo...y la forma de sus ojos le recuerdan vagamente a alguien en especial. Alguien querido...que no ha olvidado desde hace tiempo.... 

Alguien...que ha asesinado...

Entonces, cuando los recuerdos de esa persona parecen volver a él, como hace casi un año, deja de pensar, pues se percata de que ya ha salido a las calles. 
Sin más preámbulos, decide ir una vez más por las calles neoyorquinas en busca de su objetivo principal. Pero, exactamente como había pasado el año anterior, se detiene. Sólo que esta vez, en lugar de sentir algo que viene desde su propio pasado, se percata de que está ahí, justo en el mismo lugar. 
Una presencia a su alrededor, que sólo él parece sentir, lo inquieta. Da la vuelta, pero no encuentra a nadie, ni en la bóveda de la que acaba de tomar lo que vino a buscar.
Entonces, mira hacia el cielo, y es ahí cuando lo encuentra. Ante sus ojos, sobre la cornisa de un edificio aledaño al casino, ve sentada a una misteriosa figura, que lo mira atentamente con sus ojos rojos. Su apariencia, a pesar del día, es una incógnita para el Cuervo, pues no puede ver más que una silueta.

Aún así, parece no sorprenderle. Al menos al principio.

-¿Eres tú...? ¿Acaso intentas hacerme una broma, disfrazándote de una especie de ángel de la muerte? ¡Mejor piérdete!

Sin embargo, la silueta no le responde. Tan sólo sigue mirándolo, poniéndolo nervioso a la vez, hasta que dirige la mirada hacia el casino. Confuso, el Cuervo mira hacia allí también, y de repente, comienza a presentir un gran calor que proviene de su interior. Tanto, que decide marcharse lo antes posible, temiendo algo malo.

Y para su asombro, mientras corre, algo malo ocurre de inmediato. El casino explota en llamas, matando a los tahúres, a los trabajadores, a la gente inocente, y a todos los demás que moraban en su interior.

-¡¡¡QUÉ DEMONIOS.....!!! -¡EL CASINO DE LA CIUDAD ESTÁ EN LLAMAS! - ¡QUE VENGAN LOS BOMBEROS, QUE ALGUIEN LOS LLAME!!!- grita en pánico uno de los tantos ciudadanos que pasaban cerca, empezando una ola de pánico colectiva.

Por pura suerte, el Cuervo logró salvarse del siniestro. Corrió lo más que pudo al momento de la explosión. Pero el impacto de éste lo empujó violentamente hacia un poste de luz, donde se golpeó fuertemente la cabeza, quedando así inconsciente...

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